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JOSÉ LUIS PERALES Y SUS CANCIONES CON CORBATA

Un hombre de principios

 

24 Marzo , 2004 por MEGUSTAPERALES.COM

 

Parece diferente. O es diferente. En cualquier caso, José Luis Perales da la impresión de ser algo más que un cantante de moda que ha surgido de la nada -como tantos otros- por obra y gracia de la maquinación disco-publicitaria. Lo cual no quiere decir que aquí emitamos un juicio de valor sobre sus cualidades artísticas, sino que ciertas cosas de las que Perales aquí nos dice no encajan en la imagen estereotipada que pudiéramos tener de los cantantes que, de pronto, se encaraman a la fama de los llamados discos de oro. 

Porque Perales, cuando habla, suena de forma distinta..., pero mejor será que lo comprueben ustedes por sí mismos en esta entrevista con el último y espectacular éxito de los cantautores españoles de la línea melódica, tranquila, conservadora y, quizá, convencional.

 


José Luis Perales no ha podido olvidar sus años de colegio, a los que <<¡cuánto daría por volver!>>, como dice en una de sus canciones. En él se cumple perfectamente aquel dicho que curas y monjas de los años cincuenta repetían sin cesar: <<¡Cuánto echaréis de menos el colegio cuando salgáis a la vida!>> Como si el colegio fuera el albergue de la felicidad. Esto que, evidentemente -como luego pudimos comprobar muchos-, era completamente falso, para Perales, cantante número uno de las listas de éxitos -mejor cantante del año, según la revista Blanco y Negro, y varios discos de oro en su poder-, se ha cumplido a rajatabla. <<Trato de ser fiel a la educación que recibí de los curas. Aquella rigidez que se respiraba allí, la costumbre de ir a misa, me dejaron muy marcado. Básicamente, las enseñanzas religiosas, la afición a leer el evangelio y la Biblia, todo eso sigue influyendo. Y cuando vacilo y no entiendo por qué algunas cosas de las que me decían son tan malas, me digo: por si acaso tenían razón, no voy a apartarme de aquel camino. El colegio, y mi madre, me enseñaron la fidelidad hacia mi mujer. Y yo considero que así debe ser, que si la he elegido es para vivir con ella, y que si no, no la debía haber elegido. Y eso que, a veces, he luchado por ser fiel, y me ha costado trabajo; porque esta vida nuestra es complicadísima. Pero, bueno, te puedo jurar que lo he conseguido. Yo, con los frailes, aprendí todo lo que sé; me formaron. Allí fui feliz y conservo vivas todas sus enseñanzas. Tengo director espiritual, y a él acudo cuando temo que mi conciencia pueda ser demasiado elástica. ¿En qué casos? Pues, mira, yo voy a tener mi segundo hijo, y quiero tener varios más. Pero creo que es conveniente que no vengan todos seguidos, uno tras otro. Estaría bien usar anticonceptivos, pero comprendo que es una decisión que no puedo tomar yo sólo. Haré lo que diga la Iglesia, y si dice que no, acataremos sus reglas. Sí, confieso y comulgo y voy a misa. Y si por alguna razón, como una gala por medio, y aunque esté justificado, no puedo ir, pues estoy intranquilo, lo paso mal. Todas las cosas buenas que me suceden se las atribuyo a Dios. ¿Las malas? Las malas me las adjudico a mi y las considero un castigo de Dios. Porque yo dependo de Él; soy demasiado pequeño, ¿no? Yo me asomo a la ventana y veo las estrellas y sé automáticamente que Dios está ahí. Lo sé sin ninguna duda. En esto también ha influido mi madre, además de los curas. Cada vez que nos pasaba algo bueno, mi madre decía: "¡Pero qué grande es Dios, pero qué grandísimo!" Y todo esto se me ha quedado grabado desde pequeño.>>

-¿Nunca ha sentido que las reglas morales le limitaban, le constreñían?

-Pues no; porque mi instinto no me exige aberraciones. Ser católico y religioso no me limita ni como cantante ni como persona. Pero yo reconozco que no soy un ángel. Lo que pasa es que lucho para ser como debo ser.

-¿La austeridad es para usted una virtud muy valiosa?

-Para mí, la austeridad equivale a ser comedido en todo. Y yo estoy alerta para ser siempre así.

-¿Cómo era su pueblo y la gente que allí vivía?

-Bueno, yo nací en Castejón, en la provincia de Cuenca. Es un pueblo pequeño, que como tantos otros, ha sufrido el problema de la emigración, y donde lo único que hay en abundancia es el regaliz de palo. Era un pueblo que no tenía médico, ni boticario, ni cura; venían de visita algún día por semana, pero residían en otro más grande. Yo quiero mucho a mi pueblo, pero mucho, a pesar de que en mi infancia pues me lo hicieron pasar mal y de que todo aquello me marcó para siempre. Porque yo creo que los años de la infancia son los más importantes, los que más pesan en el carácter de uno. Soy un tímido, y de ahí viene todo: del pueblo. De pequeño yo me sentí muy diferente a los demás, y eso me condujo, primero , ala timidez, luego, al aislamiento, y después, a la soledad. Yo he sido un hombre que no ha tenido amigos. Y hoy todavía soy así. Y la culpa de todo, la causa de todo esto es, lo que luego me ha dado de comer: la música. Sí, es verdad. Y hasta pienso si todo esto, mi empeño por dedicarme a la música, no sería en realidad un modo de sacarme la espina ante la gente de mi pueblo. El caso es que a los seis años a mi me gustaba la música. En el pueblo éramos quince chicos y un primo nuestro, más mayor, que sabía guitarra, y empezó a darnos unas clases a todos. Y, quizá, porque tenía más afición o porque estudiaba más, el caso es que cada día yo era el único que iba a clase con las lecciones sabidas. Y esto me creó mi primer problema. Hubo un rechazo de los compañeros de la escuela, que se transmitió después a los juegos. Y me fui quedando aislado. Hasta el punto de que mi madre -lo que tengo grabadísimo-, a pesar de que no guardo rencores, tenía que llevarme a la escuela. Y ,claro, aquello fue duro.

-¿Y usted ha reflexionado sobre los motivos que podían tener sus compañeros para tratarle así?

-Pues creo que era la típica envidieja; la misma que se tiene al empollón de la clase, al primero, o al que juega mejor al fútbol. Es que los pueblos son terribles. Yo sigo queriendo a aquel lugar, pero pienso que la gente rural no es tan ingenua como se dice. Porque todos conocen la vida de todos, hasta lo más mínimo, y, por tanto, tienen los resortes para hacer daño; porque te conocen bien, demasiado bien. No son ingenuos, son incultos; lo cual es muy distinto. Y yo sé que luego, cuando empecé a cantar y me daban la palmadita en la espalda, pensaban en realidad: ¡éste se quema, se va a quemar! Porque ver triunfar a alguien es buscarle las cosquillas sea como sea. No se perdona el triunfo. No. Y de ahí viene mi aislamiento. Y, bueno, yo me llevo muy bien con todo el mundo, sólo que no les trato mucho. Y cuando voy a Castejón paso el tiempo en mi casa, con mi familia o en el campo, que es lo que más me gusta. Pero es curioso, porque yo lo primero que he hecho, en cuanto he podido es hacerme una casa allí, no en el mismo pueblo, pero sí muy cerca. Me tira aquello. Y por eso te decía antes que quizá mi lucha por ser alguien en la música tiene su origen en sacarme aquélla espina.

-O sea, que en el fondo, le debe su triunfo a los chicos de Castejón.

-Pues, sí, mira, qué paradoja.

-La falta de amigos, el aislamiento, ¿no es algo negativo para usted?

-Es que el aislamiento se fue convirtiendo en un egoísmo. Porque yo no deseaba compartir nada con nadie. No lo necesito. Se me creó una especie de caparazón y vivía sólo mis vivencias, excepto con mi familia, con la que siempre he estado muy unido. Somos como ramas de un mismo árbol, sobre todo con mi madre y algunos de mis hermanos; no con todos. Mi padre siempre estaba más alejado, seguramente porque las madres viven más próximas a los hijos.

-¿Que opinión tenían en su pueblo de los cantantes, de los artistas en general?

-Pues mala. Se pensaba que eran afeminados o drogadictos, peludos. Y, claro, pues todo esto a mi me pesaba. Y tal vez era una razón por la que yo no quería cantar, además de por mi timidez natural, que me atenazaba. Yo lo que hacía era componer, y durante años sólo hice esto, sin pensar para nada en cantar. Compuse para mucha gente y me defendía. Pero durante mucho tiempo, desde el día que en un guateque toqué la guitarra y canté y me hicieron la primera oferta, nunca llevaba personalmente mis canciones. Aparecía cuando habían dicho que estaba bien. No tenía ninguna confianza, y me daba mucha vergüenza de que lo que hiciera no gustara, de que fuera malo. Y, además en un momento dado, había tenido una mala experiencia. Una casa de discos me propuso que cantara. Yo estaba dispuesto, en parte. Pero me empezaron a decir que había que arreglarme la cara, operarme la nariz, cortarme el pelo de otro modo; que tenía un pinta fatal, y así, aunque saliera mil veces en televisión, nadie se iba a quedar con mi imagen. Me dio rabia, la verdad, aunque yo sé que no soy un Adonis, que tengo una nariz que es una narizota; pero me parecía que no era para tanto, y que, además,  si les gustaban mis canciones no entendía cómo la pega estaba en mi nariz.

-Ahora es usted famoso, hace años que conoce bien el mundo de los cantantes. ¿Qué opinión le merecen?

-Pues creo que hay algo de verdad en lo que decían los de mi pueblo. Interiormente lo creo. He comprobado por mí mismo que en el mundo de los artistas hay muy poca austeridad; en regla general, claro. El hombre famoso, el popular, no es austero. Moralmente, malo no es, pero acarrea deudas, y el exceso de libertad trae muchos problemas.

-¿Y se siente a gusto en ese mundo?

-Estoy a gusto tal vez porque pertenezco a él de un modo un poco marginal, por casualidad. Además, mi medio de expresión es la música, y no tengo otro cauce. Pero trato de evitar todo lo que no sea estrictamente del trabajo; trato de estar desconectado de ese mundo en el que no tengo fe y que está vacío en el fondo. Me baso, para decir esto, en la manera de vivir de muchos artistas: superficial y, además, poco feliz. Porque si hubiera visto que eran felices, pues tal vez les hubiera imitado.

Cuando José Luis tenía trece años, su padre, que era albañil en Castejón, consiguió una beca, y el chico viajó a Sevilla, a una universidad laboral. Estudió oficial industrial y electrónica, mientras escuchaba los discos de Becaud, de Aznavour, Tony Dallara y Connie Francis. Todos ellos eran los ídolos del futuro cantante, en cuyas canciones se encuentran , reminiscencias de Charles Aznavour, a las que se une -como en buen número de cantantes actuales- un cierto eco de Serrat. A los veintiún años, Perales acabó su preparación y se vino a Madrid, como tantos chicos de provincias. Traía algunas canciones compuestas, y seguramente en sus sueños felices se veía aplaudido y admirado, como si él mismo fuera uno de los componentes del Dúo Dinámico, a quienes escuchaba en los guateques. <<Como las empresas no querían gente en edad de servicio militar, tuve que esperar hasta la vuelta del cuartel. Entonces entré de maestro industrial eléctrico en una fábrica, pero lo primero que me dijeron fue que, aunque tuviera el título, de aquello yo no tenía ni idea, que para eso había gente allí que llevaban veinte años manejando los alicates. En los ratos libres seguía componiendo, y poco a poco fui vendiendo canciones. Fórmula V, Basilio, Jeannette, el Dúo Hierbabuena, Paloma San Basilio y Miguel Bosé han grabado canciones mías, entre otros. En un momento dado se enteraron de que tenía algunas canciones que no daba a nadie, que las consideraba muy mías, y que estaban allí, esperando no se sabía muy bien a qué. Las oyeron y me propusieron que cantara. Y comenzó mi etapa de cantante. Pero un poco forzado, porque parecía un ajo muy complicado para mi. Y así me metí en ese mundo que , la verdad, me daba miedo. Poco a poco me voy acostumbrando; pero, como digo, manteniéndome bastante al margen. Y la verdad es que no me llego a creer todo lo que la gente me dice; cuando me nombran el mejor cantante del año, pues me quedo sorprendido. Mi opinión sobre mi mismo es inferior a la que la gente tiene de mi; aunque, en cambio, tengo confianza en mi mismo o, al menos, la voy adquiriendo.

-Las compañías de discos, ¿son como lobos para el cantante?

-Como cualquier negocio, tratan de llevarse lo más que pueden. Pero no me parecen del todo deshonestas, porque después de todo nos dan lo más importante: la popularidad, a través de la cual podemos vivir y hacer galas. Pero me parece que no hay muchos cantantes que pueden vivir de los <<royalties>, por muchos discos que vendan. Claro que yo pienso si no se podría hacer como en otros países: que los discos están numerados, y los que te liquidan son, sin ninguna duda, los que se han vendido. El que aquí no se haga así permite algunos chanchullos. Yo creo que mi compañía me liquida más o menos religiosamente; pero, vamos, me limito a creerlo, porque no tengo medios para comprobarlo.

-¿Y por qué no exigís los cantantes este control?

-Porque las compañías de discos no quieren, como es lógico; y ellas son las que mandan.

-¿Os enteráis de los <<acuerdos secretos>> entre las casas de discos y los medios de difusión para promocionar a un determinado cantante?

-Sí; lo que pasa es que no lo solemos decir, porque nos perjudicaría mucho. Es un mundo un poco terrible, pero, claro, las compañías tiene que vender discos  de alguna manera, porque la música se ha vulgarizado como un detergente. Es así de frío. El disco es una mercancía, y si no la vendes, otro la venderá en lugar tuyo. O sea, que tienes que aceptar el juego o largarte.

-¿Sabe música?

-Lo más elemental; lo aprendí en la universidad laboral. Todas mis canciones las hago combinando las siete notas, que las apunto como si estuviera escribiendo una carta; no uso pentagrama. Hace unos años, los músicos de verdad, los de conservatorio, a los cantautores  nos llamaban <<silbadores>>, lo que nos hería mucho, a pesar de ser vedad y de que ingresábamos mucho más dinero que ellos en la Sociedad de Autores. 

En un momento de esta conversación José Luis Perales se puso muy serio y dijo: <<Si hablas de política no te contestaré.>> Y continuó: <<No me gusta la política ni soy político; ni de derechas ni de izquierdas. Los políticos son como los empresarios; miran por sus intereses. Y, mientras tanto, yo veo poca eficacia, no veo soluciones y, por tanto, no me puedo creer esto. Porque si miro al obrero que hace diez años tenía que hacer equilibrios para vivir, veo que ahora hace los mismos equilibrios. La democracia debe ser algo más que salir a la calle con una pancarta. Estoy a favor de la libertad, pero me parece que los pobres siguen siendo  pobres, y los ricos, cada vez más ricos. Y eso me pone triste. Y alguien tiene que ser el culpable, digo yo.>> Lo dice todo seguido, sin pausas, como si, inconscientemente, se sintiera atraído por el tema.

-¿Nota la democracia en su propia vida, sobre todo en que tiene que pagar más impuestos?

-Eso es, precisamente, lo único que noto; y que la gasolina cuesta más cara, y que tengo más parientes parados. Pero a mí, concretamente, la democracia me ha perjudicado, porque hay cosas que antes podía adquirir a mejor precio. Quizá parezca egoísta, pero es la pura verdad. Yo, ya digo, no soy de derechas ni de izquierdas. Creo que hay gente buena que respeta los derechos humanos en la derecha y en la izquierda.

-Antes de la democracia, ¿se respetaban los derechos humanos?

-No sé. Yo nací en el año 1945 y me dieron a los trece años una beca. Tuve mi oportunidad, estudié de forma gratuita. Me dieron libros, educación, cultivaron mi sensibilidad. Me dieron todo lo que podría tener un chico millonario. Creo que no tengo ningún derecho a protestar de aquel tiempo; creo que tengo que ser agradecido. Y eso, en un régimen de derechas. Yo estudié gracias a aquel régimen. No tendría lógica que hablara mal de quien me dio lo poco o mucho que tengo.

-Sólo excepcionalmente un cantante se mantiene durante mucho tiempo en la cresta de la ola. ¿Cómo imagina su futuro?

-Te diré que interiormente acaricio la idea de que llegue el final de José Luis Perales cantante. Estoy preparado perfectamente para ello, porque conozco el funcionamiento del mundo del disco. Me preocuparía más mi final como autor; aunque lo veo mucho más lejano, a juzgar por las peticiones que tengo de otros cantantes para que les haga canciones. A no ser que me quede tonto, claro. Pero tengo años todavía. Además..., cuando compongo para mí tengo que tener un momento de inspiración, un impulso, porque todas las canciones que canto son completamente afines con mis sentimientos. Pero cuando escribo para otro me someto a una disciplina. Entre otras cosas, debo adaptarme a las características del cantante, hacer las canciones a su medida, aunque no coincida para nada con mi propio pensamiento. Y, además, debo ser sincero: si no tuviera otro remedio que hacer concesiones, pues las haría; haría lo que se me pidiera, siempre que no estuviera obligado a renunciar a mí mismo.

-¿No sigue siendo usted prácticamente idéntico a aquel chico de Castejón?

-Creo que sí. Al menos, aquella época, la infancia, es la que tengo más grabada en mi mente.

Artículo extraído del dominical de "El País", 17 de febrero de 1980